sábado, 2 de junio de 2012

La Luna


Principios artísticos de Mandala Teatro en Acción

“Pienso en este momento / Tal vez nadie en el universo piensa en mí, / Que sólo yo me pienso, / Y si ahora muriese, / Nadie, ni yo, me pensaría. // Y aquí empieza el abismo, / / Como cuando me duermo. / Soy mi propio sostén y me lo saco. / Contribuyo a tapizar de ausencia todo. // Tal vez sea por esto / Que pensar en un hombre / Se parece a salvarlo.”
Roberto Juarroz.

Hacemos teatro porque nos interesa el ser humano; ese de allí que sufre particularmente, el otro que ríe particularmente, el que odia particularmente, el que ama particularmente. Nos interesa más aún en cuanto reconocemos que sus actos, emociones y pensamientos son insondables, y que una vida no alcanzará para explorarlo.
Adherimos a aquél gran psicólogo que habló de las artes como lugar de conocimiento de las especificidades humanas: lo que conocemos en una obra no tiene la pretensión de generalizar el mundo, clasificar y brindar el manual de “respuestas para la vida”; no. La obra de arte, creemos, entrega una experiencia de vida concreta y compleja, sencillamente experiencia.  
El teatro, entre las artes, posee un privilegio: es efímero, sólo puede realizarse plenamente en la interacción vívida entre actor y espectador. Es una obviedad mencionar este hecho, pero ¡cuánto cuesta sacar vida a las obviedades! Lo que deriva de esta particularidad del teatro es la necesaria condensación de la vida. Sólo dos horas tenemos para suspender el conteo del reloj; dos horas en las que podemos atrapar o aburrir al que mira, en las que puede que desee no haber asistido y nosotros deseemos no haber subido al escenario, o dos horas en las que desde el inicio lo tomemos sutilmente por los hombros (ó alguna otra zona de su cuerpo que nos permita sostenerlo) y le digamos “Hey, tú dormido: presta atención a lo que tengo que decirte”. Quizá esta imagen es un poco fuerte, pero ilustra a la perfección la fuerza y vitalidad del acontecimiento teatral: tanto actor como espectador se preparan para estar de “otro modo”, un modo que no es el de “cualquier otro lugar”;  y de los humanos en el escenario depende, inexorablemente, que esto sea posible.
Varias cosas extraemos de lo dicho anteriormente. En primer lugar, que si llamamos privilegiado a este ser efímero del teatro, es porque nos agrada la idea de construcción de un tiempo fuera de las cotidianidades que obnubilan al ser humano y le hacen olvidar, por obvias, cuestiones que lo afectan profundamente. En otras palabras, invocando a Juarroz, porque nos permite “pensar” al hombre en colectivo. En segundo lugar, y esto es fundamental para nuestra visión de artistas, se exige una “voluntad creadora” -como pidiera hace siglos Stanislavski- que desea  hablar a la raíz común humana. Tennessee Williams, ese gran explorador del alma humana, decía que escribía porque creía firmemente ver cosas que otros no veían y consideraba que su oficio como dramaturgo (artista) era mostrar esas cosas, hablar a los humanos de sí mismos. Juarroz, el poeta argentino, veía cómo el mundo se cubría de una costra –debido a la costumbre de esta época de no detenerse en detalles, de correr hacia un punto ya trazado por otros; debido a las clasificaciones aprendidas desde pequeños y que desechan las preguntas y deseos de explorar remplazándolas por verdades que no “compliquen” la existencia...- El poeta, decía Juarroz, es el “cultivador de grietas”, ve las grietas en la costra y las cuida, y hace germinar. Alguien dijo también: “Quieres decir algo, por eso eres artista; de otro modo harías zapatos”.
Hacemos teatro porque compartimos preguntas  sobre nuestra existencia; porque queremos hablar de esas preguntas y contribuir a la trama de complejidades humanas.
Ahora bien, hablando sobre la vitalidad del hecho teatral, reconocemos fundamental la preparación del actor concretamente. La voluntad creadora se manifiesta como totalidad en el espacio de representación: el actor es cuerpo, mente y emoción, todo uno. Esto implica que su preparación se enfoca en todos y cada uno de estos campos: su sensibilidad (artística, emocional…), la construcción de una amplia gama de posibilidades expresivas de su cuerpo,  el ejercicio de su imaginación, el ejercicio de las facultades de pensamiento que le permiten reflexionar, cuestionar, elaborar, intuir… ¡Es complejo!  Creemos que sólo trabajando intensamente en su educación constante y, por ende reconociéndose como creador, el actor logrará ofrecer a otros esa vida condensada.  Nada podrá suceder si alguno de los elementos de la unidad-actor falla: o no logrará que lo vean, o sólo reproducirá lo que diga su director, o no entenderá los textos y los recitará simplemente, o hará lo mismo en todas las obras que actúe. Hemos descubierto en nuestra experiencia que este oficio requiere de trabajo en los detalles, disciplina, coraje y una voluntad que, por sobre todas las cosas, desea crear.

Lo que hay en nuestras obras es entrega de esa vida hecha personajes: el momento del proceso creativo que está viviendo cada uno de los actores, lo que cada uno ha vivido y asimilado, lo que cada uno ha aprendido, lo que no logra comprender aún también.

Peter Brook recordó alguna vez una anécdota que le contara un actor oriental: el maestro decía que podía enseñar a un actor a señalar con el dedo la luna, pero de la punta del dedo a la luna era responsabilidad del actor. Y Brook confesaba haber visto con Yoshi (uno de sus actores) muchas lunas. Soñamos que nuestro público vea la luna.