Principios artísticos de Mandala Teatro en Acción
“Pienso en este momento / Tal vez nadie
en el universo piensa en mí, / Que sólo yo me pienso, / Y si ahora muriese, / Nadie,
ni yo, me pensaría. // Y aquí empieza el abismo, / / Como cuando me duermo. / Soy
mi propio sostén y me lo saco. / Contribuyo a tapizar de ausencia todo. // Tal
vez sea por esto / Que pensar en un hombre / Se parece a salvarlo.”
Roberto Juarroz.
Hacemos teatro porque nos interesa el
ser humano; ese de allí que sufre particularmente, el otro que ríe
particularmente, el que odia particularmente, el que ama particularmente. Nos
interesa más aún en cuanto reconocemos que sus actos, emociones y pensamientos
son insondables, y que una vida no alcanzará para explorarlo.
Adherimos a aquél gran psicólogo que
habló de las artes como lugar de conocimiento de las especificidades humanas:
lo que conocemos en una obra no tiene la pretensión de generalizar el mundo,
clasificar y brindar el manual de “respuestas para la vida”; no. La obra de
arte, creemos, entrega una experiencia de vida concreta y compleja,
sencillamente experiencia.
El teatro, entre las artes, posee un
privilegio: es efímero, sólo puede realizarse plenamente en la interacción
vívida entre actor y espectador. Es una obviedad mencionar este hecho, pero ¡cuánto
cuesta sacar vida a las obviedades! Lo que deriva de esta particularidad del
teatro es la necesaria condensación de la vida. Sólo dos horas tenemos para
suspender el conteo del reloj; dos horas en las que podemos atrapar o aburrir
al que mira, en las que puede que desee no haber asistido y nosotros deseemos
no haber subido al escenario, o dos horas en las que desde el inicio lo tomemos
sutilmente por los hombros (ó alguna otra zona de su cuerpo que nos permita
sostenerlo) y le digamos “Hey, tú dormido: presta atención a lo que tengo que
decirte”. Quizá esta imagen es un poco fuerte, pero ilustra a la perfección la
fuerza y vitalidad del acontecimiento teatral: tanto actor como espectador se
preparan para estar de “otro modo”, un modo que no es el de “cualquier otro
lugar”; y de los humanos en el escenario
depende, inexorablemente, que esto sea posible.
Varias cosas extraemos de lo dicho
anteriormente. En primer lugar, que si llamamos privilegiado a este ser efímero del teatro, es porque nos
agrada la idea de construcción de un tiempo fuera de las cotidianidades que
obnubilan al ser humano y le hacen olvidar, por obvias, cuestiones que lo afectan
profundamente. En otras palabras, invocando a Juarroz, porque nos permite
“pensar” al hombre en colectivo. En segundo lugar, y esto es fundamental para
nuestra visión de artistas, se exige una “voluntad creadora” -como pidiera hace
siglos Stanislavski- que desea hablar a
la raíz común humana. Tennessee
Williams, ese gran explorador del alma humana, decía que escribía porque creía
firmemente ver cosas que otros no veían y consideraba que su oficio como
dramaturgo (artista) era mostrar esas cosas, hablar a los humanos de sí mismos.
Juarroz, el poeta argentino, veía cómo el mundo se cubría de una costra –debido
a la costumbre de esta época de no detenerse en detalles, de correr hacia un
punto ya trazado por otros; debido a las clasificaciones aprendidas desde
pequeños y que desechan las preguntas y deseos de explorar remplazándolas por
verdades que no “compliquen” la existencia...- El poeta, decía Juarroz, es el
“cultivador de grietas”, ve las grietas en la costra y las cuida, y hace
germinar. Alguien dijo también: “Quieres decir algo, por eso eres artista; de
otro modo harías zapatos”.
Hacemos teatro porque compartimos
preguntas sobre nuestra existencia;
porque queremos hablar de esas preguntas y contribuir a la trama de
complejidades humanas.
Ahora bien,
hablando sobre la vitalidad del hecho teatral, reconocemos fundamental la
preparación del actor concretamente.
La voluntad creadora se manifiesta como totalidad en el espacio de
representación: el actor es cuerpo, mente y emoción, todo uno. Esto implica que
su preparación se enfoca en todos y cada uno de estos campos: su sensibilidad
(artística, emocional…), la construcción de una amplia gama de posibilidades
expresivas de su cuerpo, el ejercicio de
su imaginación, el ejercicio de las facultades de pensamiento que le permiten
reflexionar, cuestionar, elaborar, intuir… ¡Es complejo! Creemos que sólo trabajando intensamente en su
educación constante y, por ende reconociéndose como creador, el actor logrará
ofrecer a otros esa vida condensada. Nada podrá suceder si alguno de los elementos
de la unidad-actor falla: o no logrará que lo vean, o sólo reproducirá lo que
diga su director, o no entenderá los textos y los recitará simplemente, o hará
lo mismo en todas las obras que actúe. Hemos descubierto en nuestra experiencia
que este oficio requiere de trabajo en los detalles, disciplina, coraje y una
voluntad que, por sobre todas las cosas, desea crear.
Lo
que hay en nuestras obras es entrega de esa vida hecha personajes: el momento
del proceso creativo que está viviendo cada uno de los actores, lo que cada uno
ha vivido y asimilado, lo que cada uno ha aprendido, lo que no logra comprender
aún también.
Peter
Brook recordó alguna vez una anécdota que le contara un actor oriental: el
maestro decía que podía enseñar a un actor a señalar con el dedo la luna, pero
de la punta del dedo a la luna era responsabilidad del actor. Y Brook confesaba
haber visto con Yoshi (uno de sus actores) muchas lunas. Soñamos que nuestro
público vea la luna.